Paula Echalecu
Trabajadora independiente. Las Flores. Bs.As. Argentina.
echalecupaula@gmail.com
Sinopsis
Con la muerte del padre, una familia se reencuentra después de 23 años. La hija mayor vuelve del exilio al que fue empujada durante la década del '70. Vuelve a buscar lo que le pertenece, y se encuentra con una versión de su propia historia que puede cambiar drásticamente su mirada sobre el pasado.
Tres mujeres, todas ellas juezas y partes, por las que la historia nacional de los últimos 50 años ha pasado dejando cicatrices indisimulables, lucharán por desentrañar la maraña de su propia existencia, atravesada por la memoria de lo que fue, de lo que pudo ser y de lo que jamás será. Una memoria caprichosa, que se pierde y se recupera en mecanismos de defensa y ataque. Una memoria que late todavía.
Mención Honorífica
Primer Concurso Internacional de Dramaturgia para Mujeres 2022
“La Tempestad” (Chile)
Personajes:
Salomé. 75 años.
Estefanía. 45 años
Soledad. 39 años
Habitación vacía. Salomé, sentada, mira por una ventana. En otro extremo del espacio, una mesa baja.
Estefanía aparece en el marco de la puerta. Duda, teme y luego ingresa.
La anciana, aunque no la ha visto entrar, registra inmediatamente su presencia.
SALOMÉ: Van a caer soretes de punta.
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: Fijate ahí. Al lado de la puerta del baño. Hay un botón de pánico. Apretalo, nena. Se viene la hecatombe.
ESTEFANÍA: Mamá. Soy yo.
SALOMÉ: Por eso mismo. Avisale al resto que se metan debajo de las camas. En cualquier momento se desata un tornado.
ESTEFANÍA: Me estás jodiendo.
SALOMÉ: ¡Shhhh! No levantes la voz. Hay topos.
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: Topos.
ESTEFANÍA: ¿Topos? ¿De qué hablás?
SALOMÉ: (Ironiza.) ¡Del Topo Gigio! ¿De quién voy a hablar? Te digo que hay topos. ¿No captás la jerga?
ESTEFANÍA: ¿Qué jerga? ¿De qué hablás, mamá? Soy yo, Estefanía, tu hija.
SALOMÉ: ¡Shhhh! Escuchá. ¿Oís? ¡Topos! ¡Topos! Teresa De Franco. Ahora se caga encima, pero en sus tiempos fue servicio.
Silencio.
SALOMÉ: No me creés…
Silencio… Estefanía se acerca.
ESTEFANÍA: Hola, mamá.
Silencio largo. Se miran.
ESTEFANÍA: ¿Te puedo abrazar?
Salomé hace ademán de recibir el abrazo. Estefanía camina hacia ella pero, cuando está a punto de abrazarla, Salomé interrumpe la acción.
SALOMÉ: ¿Me creés o no me creés lo que te digo de Teresa De Franco?
ESTEFANÍA: ¿Qué? No sé, mamá.
SALOMÉ: Con una mano en el corazón. Decime… vos lo sabías.
ESTEFANÍA: Es ridículo, mamá.
SALOMÉ: Lo ridículo muchas veces es lo más probable. ¿O no? Hay situaciones que no pensaste que ocurrirían en tu vida y sin embargo, ya ves…
Silencio largo.
SALOMÉ: (Con tono irónico.) Trajiste los papeles, ¿no?
ESTEFANÍA: Sí.
SALOMÉ: ¡Que no te los vean! Escondelos. Los topos ven todo.
Silencio. Estefanía no atina a nada.
SALOMÉ: Te digo que hay topos, nena. Vos sabés de qué te hablo. Teresa De Franco es de lo peor. (La mira.) ¿No me creés?
ESTEFANÍA: No me parece… Teresa De Franco se la pasaba cocinando para el marido y los hijos.
SALOMÉ: El verdulero Niccola y los tres chanchitos. Todo una fachada, nena. El budín de pan lo hacía con placenta de bebés montoneros.
ESTEFANÍA: (Espantada.) ¿Qué decís, mamá?
SALOMÉ: ¿Qué? ¿Ahora me vas a decir que no sabés lo que es un montonero?
Silencio
SALOMÉ: (Como escuchando que alguien se acerca.) ¡Mirá! Digo “montonero” y vienen como moscas a la mierda. Mejor escondete. Si te ven acá seguro te chupan.
ESTEFANÍA: ¿Qué decís, mamá? ¿Tenés idea de lo que estás hablando?
SALOMÉ: Por supuesto. Están en el pasillo con el vaso pegado a la pared. La que no tiene idea sos vos. Teresa De Franco implantó microchips en los pañales para adultos. Ahora te tirás un pedo y ella lo retransmite vía satélite.
ESTEFANÍA: Pará, mamá. Basta, por favor. No estamos para chistes… Vos no sos ninguna ida. Así que no te hagás la delirante.
SALOMÉ: Yo no estaría tan segura… Ahora nomás, estoy viendo a mi hija parada frente a mí. Me mira con cara de estúpida y no es capaz de saludarme, después de años de no verme. Deben ser las pastillas que me dan, que me hacen alucinar.
ESTEFANÍA: (A la defensiva.) Te saludé. La que no me respondió fuiste vos.
SALOMÉ: ¿Yo?
ESTEFANÍA: Sí.
Pausa.
SALOMÉ: ¿Yo?
ESTEFANÍA: Uf. En fin. (Pausa. Se miran.). Hola, mamá. Acá estoy. Vine. Volví.
SALOMÉ: (En tono de reproche.) Hace tres años.
Silencio.
SALOMÉ: A tu padre le hubiera gustado volver a verte, aunque sea una vez, antes de morir.
Silencio.
SALOMÉ: ¿Te enteraste que tengo cáncer?
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: Si-sa-bí-as-que-ten-go-cán-cer…
Silencio.
SALOMÉ: ¡CÁNCER! ¡CÁNCER! ¡QUE TENGO CÁNCER TE DIGO!
ESTEFANÍA: Sí. Te escuché. Te escuché.
SALOMÉ: ¡Ah! ¿Sabías y no me dijiste nada?
ESTEFANÍA: No.
SALOMÉ: ¡Increíble! Una las cría y si te pueden tirar a una zanja y echarte encima cuarenta caranchos para que te desollen viva, no dudan ni un segundo.
ESTEFANÍA: Te dije que no sabía.
SALOMÉ: No. Me dijiste que sí sabías.
ESTEFANÍA: ¡Ay, mamá! ¿Querés cortarla con los jueguitos de palabras? No sabía que tenés cáncer… Porque de hecho NO TENÉS CÁNCER. Y de todos modos, aunque tuvieras cáncer, esta conversación va a suceder. ¿De acuerdo?
Silencio largo. Salomé hace que llora. Gime. Actúa como si quisiera ocultar el llanto, pero en realidad es bien visible que quiere que se note.
ESTEFANÍA: Bueno, perdón. No quise ser tan dura. Disculpame, me excedí.
Silencio.
SALOMÉ: (Achina los ojos y la observa.) ¡Te excediste de peso! ¡Estás gorda, Estefanía! Tenés que hacer ejercicio, nena. Si no, el corazón te va a explotar como a tu padre.
ESTEFANÍA: Bueno, a ver… Vos no moviste el culo en tu vida y sin embargo llegaste a los 75.
SALOMÉ: Pero tengo cáncer.
ESTEFANÍA: No tenés cáncer, mamá.
SALOMÉ: ¡TENGO CÁNCER! Es MÍ cáncer. Y tengo derecho a tenerlo.
ESTEFANÍA: Okey, okey, okey.
Silencio.
ESTEFANÍA: En fin… Acá estoy. Tengo los papeles para que firmes.
SALOMÉ: Por ahí es por eso que tengo cáncer. (Irónica.) Por no haber hecho ejercicio en mi vida. Como siempre, tu hermana tiene razón…
ESTEFANÍA: (Interrumpiéndola.) ¡Pará! En serio, mamá. ¡Paremos con esto! Te puedo aguantar que te hagas la enferma y la pelotuda; que me digas que Teresa De Franco es agente de la CÍA... Pero que me digas que mi hermana tiene razón no te lo voy a tolerar. Mirá, hagámosla corta… Ya sabés cómo es esto. Firmás y me voy.
SALOMÉ: ¿Y no te vas a quedar un rato a tomar el té con tu madre? Te puedo hacer preparar una habitación… Podemos pasear por el jardín, por el huerto… podemos juntar huesitos en el chiquero... Ah, no, claro. ¡Qué tonta! Ahora vivo en un geriátrico, me había olvidado. Claro. Lo que pasa es que mis hijas tienen otras prioridades…
ESTEFANÍA: ¿En serio? ¿Vos me estás reprochando algo a mí? ¿Querés que entremos en detalles?
SALOMÉ: ¿Te conté que en el ‘77 me sacaron el útero?
Silencio.
SALOMÉ: Perdí un litro y medio de sangre en la operación. Los médicos no se explican cómo no me morí.
Silencio.
SALOMÉ: ¿Sabías o no sabías?
ESTEFANÍA: Por supuesto que sabía.
SALOMÉ: ¿Y que a tu padre le reventó el corazón de tristeza hace 6 días? ¿Eso también lo sabías o te enteraste recién, cuando lo dije?
ESTEFANÍA: Mirá. A ver. Vamos a dejar las cosas bien claritas acá, porque huelo un poco de tufo a pelotudez… ¡Eso sí! ¡Acostada del lado que calienta el sol! Porque parece que la que no se acuerda un carajo sos vos. Yo no estuve cagándome de risa todos estos años, mamá. Es más, la pasé para el culo. He vivido cosas que vos no podés ni imaginar.
SALOMÉ: (Estalla de risa.) Escuchame, Estefanía. (Le hace señas para que se acerque, cómplice, como para contarle un secreto.) Vení, vení. La tía Marce le mete los cuernos al tío Alfredo. Parece que Gaby, pobrecita, la descubrió metiéndole un dedo en el culo al Rubencito Corrientes. ¿Viste vos? Con la cara de abriboca que tiene y se la está cepillando a tu tía. ¡Eh! Las apariencias engañan, che. Por acá no han aparecido. Con Alfredo no he podido hablar. Y tu padre me dice que no me meta. ¡Pero es mi hermano, che! ¡Somos familia! ¡¿Cómo no me voy a meter?! ¿A vos Gabriela te ha dicho algo?
ESTEFANÍA: Mamá. ¿Qué decís?
SALOMÉ: Digo. Por ahí te lo puso en una carta. Que te hayas fugado a otro país, no quiere decir que tu prima no te lo pueda contar. Ustedes son muy compinches.
ESTEFANÍA: No. No me dijo nada. ¿Podemos firmar los papeles?
SALOMÉ: ¿Y Jorge?
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: Jorge, digo.
Silencio. Estefanía la mira estupefacta.
SALOMÉ: ¿No va a venir a verme? Soy la suegra, pero tampoco soy un monstruo. Si le habré lavado los calzones a ese atorrante.
ESTEFANÍA: Mamá, ¿en serio no te acordás?
SALOMÉ: ¿De qué?
ESTEFANÍA: De lo que le pasó a Jorge… De lo que me pasó a mí… ¿no te acordás?
SALOMÉ: (Igual que la vez anterior.) ¿De qué?
ESTEFANÍA: De lo que pasó… Decime la verdad, por favor. Para mí es importante saber si… Vos entendés de lo que te estoy hablando…
SALOMÉ: (Igual.) ¿De qué?
ESTEFANÍA: Vos sabés lo que le pasó a Jorge. Sabés por qué me tuve que ir yo. Y por qué te pedí que fueras a buscar a Patri. Decime si sabés o no sabés…
SALOMÉ: ¿De qué?
ESTEFANÍA: (Con rabia, arroja al piso, cerca de Salomé, los papeles de la chacra.) ¡Ay, basta! Firmá y terminemos con todo esto.
SALOMÉ: (Reaccionando ante el exabrupto de su hija. Ríe a carcajadas.) ¡Pero qué carácter de mierda que tenés! ¡Pero sí que sé, tonta! ¡Claro que sé! Las madres sabemos todo, nena. Para mí la que los denunció fue Teresa De Franco. ¿Te conté que entrenaba físicamente como agente secreta batiendo mayonesa a mano?
Salomé se abstrae, con la mirada perdida en algún lugar.
Silencio larguísimo.
Estefanía la mira fijamente.
Segundos después se agacha a recoger del piso lo que antes arrojó.
En ese momento, su cara queda cerca de las caderas de su madre. Ésta se tira un pedo. Luego toma un desodorante de ambientes que tiene cerca y echa perfume.
Estefanía, con el asco que le produce lo acontecido, no sale de su asombro.
Se pone de pie y luego se mueve por el espacio, mirando todo, como si observara una propiedad que está a punto de alquilar o comprar.
Tiempo.
Salomé toma una radio que está debajo de su silla. La enciende. Se oye una transmisión que parece una frecuencia policial.
Estefanía observa la escena estupefacta.
De repente, Salomé apaga la radio y grita enérgicamente:
SALOMÉ: ¡Vanítory! (Acentúa la palabra de forma esdrújula.)
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: (Como si leyera una definición.) Mueble que, o bien viene incorporado al lavabo, o se instala debajo para que las cañerías no queden al descubierto.
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: ¿Sos paspada o te hacés? ¿No entendés lo que te hablo?
Silencio.
SALOMÉ: (Saca de su entrepierna una revista y lee, en voz alta, algo escrito en la página de crucigramas.) “Ocho letras. Mueble que, o bien viene incorporado al lavabo, o se coloca debajo para que las cañerías no queden al descubierto”. ¡Vanítory! Lo saqué enseguida. (Cambia abruptamente y dice severa.) Nosotros fuimos de las primeras familias que tuvimos vanítory. Hace 20 años era una paquetería. Ahora son re comunes. Acá hay uno en el baño, ¿viste? De fórnica, obvio. (Pronuncia mal la palabra “fórmica”.) ¡Una berretada! Ahí voy a poner las cenizas de tu padre cuando me las traiga tu hermana. Al menos así vamos a tener algo de intimidad. Que me escuche los pedos. (Ríe a carcajadas.) Hace añares que no la veo ni dibujada.
ESTEFANÍA: ¿Qué?
SALOMÉ: A tu padre no se le paraba ni por puta. Me tuve que sacar las ganas con el Moncho. ¿Podés creer?
Silencio. Mira a Estefanía como si ésta le preguntara algo y le responde.
SALOMÉ: El Moncho. ¿Te acordás del Moncho? El marido de Dorita, la sirvienta. (Despectiva.) Un negro de mierda, ¡pero no sabés la chota que tenía!
ESTEFANÍA: (Espantada.) ¡Mamá!
SALOMÉ: ¿Qué?
ESTEFANÍA: No hables así, por favor.
SALOMÉ: ¿Qué?
ESTEFANÍA: Al menos respetá la memoria de papá.
Salomé estalla en carcajadas irónicas.
SALOMÉ: (Mientras ríe a carcajadas y se mete la mano en la entrepierna para retener la orina.) ¡Ay, me meo, me meo! Me hacés reír. ¡La memoria de tu padre! No tenés vergüenza.
Sigue riendo, mientras Estefanía, la mira sin poder creer lo que ve. Salomé, en medio de su risa, gira y vuelve a mirar por la ventana. En ese momento ingresa Soledad, vestida de monja. Al principio ni Salomé ni Estefanía la ven. Soledad se detiene en el marco de la puerta y observa sin ser vista. En sus manos trae una escultura de unos 30 centímetros de alto, con forma de pene con un testículo a cada lado. Avanza y saluda a Estefanía.
SOLEDAD: Hermana, te doy mi más sentido pésame.
Estefanía se asusta, ya que no la había visto. Gira y la mira.
ESTEFANÍA: (Achina los ojos para ver mejor, estrujando la cara de Soledad. Reconoce el rostro de su hermana. Con asombro.) ¿Soledad?
SOLEDAD: Te acompaño en el sentimiento, hermana.
ESTEFANÍA: ¿Esto es una joda?
SOLEDAD: (Iracunda, solemne.) De ninguna manera. Te saludo y te acompaño en tu dolor.
ESTEFANÍA: (A Soledad.) ¿Sos monja? (Soledad no responde. Estefanía mira la escultura que Soledad tiene en las manos, mira a su hermana de arriba abajo y luego a su madre.) Pero, ¿qué les pasa a ustedes? (A Soledad.) ¿Qué hacés con esa poronga de yeso, nena?
Soledad y Salomé reaccionan escandalizadas. Salomé se persigna y Soledad abraza la escultura mientras dice:
SOLEDAD: ¡Ay, no! ¡No, no! No lo voy a permitir. (Habla con la mirada en el cielo, como diciendo un mantra.) No te preocupes, papi, no le vamos a permitir que otra vez te cause dolor. Está todo bien. Está todo bien. Tranquilo papi. (Canta una canción de cuna.) “Papi, papito, papi, papá, pito papito, pito papá”.
Estefanía observa la escena estupefacta.
ESTEFANÍA: ¡Ah, no! Esta te juro que no me la esperaba. Ustedes son de lo que no hay. Deberían estar las dos juntas, ¡pero no en un geriátrico! ¡En un loquero! Están totalmente de remate las dos.
SALOMÉ: ¡Eso! Has dicho la palabra clave. Hablemos del remate. Porque para eso viniste, ¿no? A rematar la única propiedad que nos queda. Así que… ¿por qué no vamos al grano de una buena vez?
ESTEFANÍA: Bien. Estoy de acuerdo.
SOLEDAD: Bueno, de eso quería hablarles…
SALOMÉ: (Sin registrar a Soledad. A Estefanía.) Estoy completamente consciente de que para vender necesitás mi firma… y que para eso, únicamente para eso, estás acá. Bien, está bien. Te voy a firmar. Pero antes de hacerlo, hay algo que quiero saber…
SOLEDAD: (Respirando profundamente, como queriendo conservar la calma.) En realidad, yo…
ESTEFANÍA: (Sin registrar a Soledad, la interrumpe.) ¿Qué querés saber?
SALOMÉ: Quiero saber para qué querés la plata. En qué vas a gastar el fruto de toda una vida de trabajo de tu padre.
ESTEFANÍA: (Irónicamente.) Bueno… A ver… “El fruto de toda una vida de trabajo” me parece que no…
SALOMÉ: ¿De qué hablás?
Silencio.
SALOMÉ: ¿De qué hablás?
SOLEDAD: ¿Puedo decir algo?
SALOMÉ: (A Soledad.) ¡No! (A Estefanía.) ¡Hablá!
ESTEFANÍA: Todo el mundo sabe que papá ganó la chacra timbeando. ¡Si nunca en su vida hizo un carajo bien! ¿O no? Se patinó parte de tu herencia cuando éramos chicas. Después, cuando yo me fui, no sé qué hizo, pero me lo puedo imaginar… pero perdió todo… Y después tuvo suerte y ganó la chacra jugando al mus. ¿O no?
SALOMÉ: (Ofendida.) No seas inmunda, Estefanía. Es lo único que te faltaba para pisotear la memoria de tu difunto padre. ¡No tenés límite, eh!
ESTEFANÍA: (Sincera) Dale, reconócelo. Se timbeó todo hasta el último día de su vida. Si hubiera vivido más tiempo no tendríamos ni la chacra.
SALOMÉ: Sos de lo que no hay… ¿De dónde sacaste todo eso?
ESTEFANÍA: Todo el mundo lo sabe, mamá.
SOLEDAD: Chicas, por favor.
SALOMÉ: (A Soledad.) ¡Callate, vos! (A Estefanía.) ¡Qué vergüenza me das! ¡No! ¡Vergüenza no! ¡Asco! ¿Te dejás llevar por chismes? ¡Sos una chismosa barata! (Misteriosa.) ¡Si supieras! ¡Pobre tu padre! ¡Si resucita se vuelve a morir! ¡Tendría que haber dejado que te maten hace 23 años! ¡Hubiera sido mejor!
Soledad se persigna espantada.
Silencio.
ESTEFANÍA: ¿Qué decís?
SOLEDAD: Chicas, por el amor de Dios.
ESTEFANÍA Y SALOMÉ: (A Soledad.) ¡Callate, vos!
ESTEFANÍA: Repetí lo que dijiste, mamá.
Silencio.
ESTEFANÍA: ¿Qué quisiste decir con que tendría que haber dejado que me maten?
Silencio.
Estefanía espera respuesta. Salomé se hace la desentendida.
ESTEFANÍA: (A Soledad.) ¿Qué quiso decir?
Silencio.
ESTEFANÍA: ¡Ah! Mosquita muerta. Ahora te callás la boca. Te hacés la boludita, como siempre. ¡No te metés, no te hacés cargo! (La agarra del velo de su traje de monja y tironean.) Hablá o te reviento, pelotuda.
SOLEDAD: (Mientras se sacude.) ¡Pará, pará, por la Santísima Trinidad!
SALOMÉ: (Grita.) ¡Basta! ¡Basta, las dos!
Las dos hijas dejan de pelear y se callan.
Silencio.
SALOMÉ: Tu padre no perdió las propiedades “en la timba”, como decís vos. Se las comió el corralito.
ESTEFANÍA: ¡¿Qué decís?! ¡Si el corralito fue hace un año!
SALOMÉ: ¡Basta! ¡No pienso darte más explicaciones! ¡No te las merecés!
ESTEFANÍA: Está bien. ¿Sabés qué? Me chupa un huevo si las perdió jugando al póker o se las regaló a la vecina de enfrente, la que se cogía… (Soledad escucha esto, mira a su madre con sorpresa y se persigna. Salomé reacciona, también con sorpresa, en silencio. Estefanía saca los papeles de su portafolios.) ¡Me chupa bien un ovario todo lo que les pase a ustedes dos! ¡Terminemos con esto! Vamos. Firmen. La chacra se vende, repartimos la guita y no les veo más el pelo en sus reputísimas vidas.
SALOMÉ: Estoy de acuerdo.
SOLEDAD: ¡No! ¡Yo no firmo!
Salomé y Estefanía la miran, aparentemente sin entender.
SALOMÉ: ¿Qué?
SOLEDAD: Yo no firmo. Se lo prometí a papi. La chacra es sagrada.
ESTEFANÍA: ¿Qué decís, pelotuda?
SALOMÉ: ¿Y ahora qué carajo te agarró a vos? ¡Si dijiste que nos teníamos que ir de ahí…! Si no, ¿para qué me trajiste hoy a este geriátrico de mala muerte?
SOLEDAD: VOS te tenías que ir, mamá. Pero la chacra se queda. Se queda en la familia.
ESTEFANÍA: ¿Perdón? Posta: ¿De qué mierda estás hablando, nena?
SALOMÉ: ¿De qué hablás, Soledad?
SOLEDAD: (Nerviosa.) Miren, vamos a calmarnos, ¿sí? Vamos a respirar profundo y a hablar como personas civilizadas que somos.
Estefanía observa incrédula.
SALOMÉ: No, no, no. Qué respirar ni qué carajos. Vos me trajiste acá porque dijiste que la chacra se vendía, que no quedaba otra, que la soreta de tu hermana quería la guita y bla bla bla… ¿Qué es todo esto ahora, Soledad?
SOLEDAD: Eso es verdad. Pero hay un detalle…
SALOMÉ: Hablá.
SOLEDAD: (Nerviosa.) Bueno, el tema es así. Papi antes de morir me pidió que conserváramos la chacra a como dé lugar.
Silencio… Salomé y Estefanía la miran atentas.
Soledad hace una pausa demasiado larga.
ESTEFANÍA: ¿Y?
SALOMÉ: ¡Eso! ¿Y?
SOLEDAD: Bueno. Eso. Que hay que conservar la chacra. Y yo pensé en fundar ahí una misión.
ESTEFANÍA: ¿Y cómo pensás hacer? Porque yo quiero mi parte. Y hasta donde sé ustedes no tienen plata para comprármela.
SOLEDAD: (Sincera.) No tengo idea.
SALOMÉ: (Estalla de risa. Irónica.) Ahí la tenés. ¡La más chiquita! ¡Una luminaria! ¡Una mente superior! ¡¿Y qué se podía pedir?! ¡Monja! Para lo único que sirve es para lavarle los lamparones de los calzones al cura. Para lo único. ¡Noooo! Si yo no tengo consuelo. Lo mío es de-ma-sia-do. Porque mirá que con la más grande tenía para entretenerme… ¡Pero no! (Hablándole a Dios.) ¡No contento con esto, me mandás a esta devota de santa concha de la lora, que no sirve ni para chiflar! Esto es… ¿Cómo le dicen los menonitas? ¡Karma! Eso. Es toda la mierda de alguna vida pasada que te cae encima así, como una catarata del Niágara que te larga siete mil toneladas de soretes en la cara. Y vos ahí, recibiéndolo todo ¡¡¡con la boca abierta!!! ¡¡¡Porque es eso!!! ¡¡¡Mierda!!! Mis hijas son dos mierdas, dos bocanadas de vómito que te tragás así, sin comerla ni beberla. ¡Qué cruz! ¡Dios mío! ¡Qué cruz!
ESTEFANÍA: (Irónica, se ríe.) ¡¡¡Ay, por favor!!! ¡Te sale tan bien el papel de víctima! Te juro que te estoy viendo, sentada en el confesionario, contándole todas tus desgracias al cura, o a tus amigas las damas leonas. Ahí, toda compungida, la pobre alma intachable, la madre abnegada que sufre porque sus hijas no son lo que ella merece. No, no. Te juro que a veces me dan ganas de… Mirá, mejor me callo. No vale la pena. Ninguna de ustedes vale la pena.
Silencio.
SALOMÉ: (Victimizada, a Estefanía.) Lamento decepcionarte. Hice todo lo que pude para ser la mejor madre, pero… evidentemente algo me salió MUY mal.
Silencio.
SALOMÉ: (A Soledad.) Y vos… ¿Me metés en un geriátrico con el cuento de que se vende la chacra y ahora me salís con esto? ¿Me querés decir por qué no me lo dijiste antes de traerme acá?
SOLEDAD: Porque quería esperar a que estuviéramos los cuatro…
SALOMÉ: ¿Qué cuatro?
ESTEFANÍA: ¿Qué?
Soledad señala la escultura con su mirada.
Estefanía y Salomé comienzan a comprender que allí están las cenizas del padre.
SOLEDAD: (A Salomé.) Sí, mamá. Hoy me entregaron las cenizas de papi. (Con cierto pudor, hace referencia a la escultura.) Se ve que se equivocaron de urna. Debe haber alguien que pidió… eso, ¿no? Pero bueno, me aseguraron que adentro están las cenizas de papi. Y no me atreví a romperlo.
Salomé estalla en carcajadas. Sobre sus risas, Soledad intenta excusarse. Estefanía también ríe y se divierte con la situación.
SOLEDAD: Se ve que se confundieron con alguna otra persona, ¿no? Porque yo pedí como vos me dijiste, una urna discreta, de madera con un cristo de plata arriba. Pero se han confundido… Los caminos del Señor son tan misteriosos a veces…
Las tres ríen a carcajadas.
ESTEFANÍA: Sí. Eso o algún mensaje mafioso.
Instantáneamente, Salomé y Soledad dejan de reírse y miran seriamente a Estefanía.
ESTEFANÍA: ¿Qué? Podría ser, ¿no? Papá tenía relaciones de lo más turbias… Digo… con gente PESADA PESADA… Era, lo que se dice, un ciudadano “ejemplar”. ¿No?
SALOMÉ: (La interrumpe a los gritos.) ¡No hables así de tu padre! ¡Y menos en presencia de sus cenizas! Te pido respeto. ¿Podés darnos al menos eso, Estefanía?
ESTEFANÍA: ¿Vos me pedís que respete? ¿En serio, mamá?
SOLEDAD: Por el amor de Dios, chicas.
ESTEFANÍA: Vos, callate.
SALOMÉ: No. VOS callate. Es tu padre. A un padre se lo respeta, se lo venera, se lo defiende. Así que, mínimamente, llamate a silencio.
ESTEFANÍA: ¡Claaaaroooo! Porque la paternidad es algo muy respetable, ¿no? ¿Pero, cuándo? Cuando les conviene a ustedes, ¿no? ¡Porque a mí como madre no me respetaron ni un segundo! ¿Cómo es la cosa? A mí nadie me respeta, pero… ¿yo tengo que respetar al hijo de remil putas de mi padre, que junto con ustedes dos me hizo lo que me hizo?
Silencio.
SALOMÉ: Nosotros hicimos lo mejor para Patri.
SOLEDAD: Chicas, por favor.
ESTEFANÍA: ¡Vos te callás, mosquita muerta! Porque vos sos tan secuestradora de hijos como ellos. Sos tan responsable como tus padres.
SOLEDAD: Yo tenía 17 años.
ESTEFANÍA: ¿Sí? ¿Cuándo? Tenías 17 cuando estos dos hijos de remilputas decidieron no devolverme a MI HIJA. ¿Pero cuando el tiempo fue pasando? ¡Vos también fuiste cumpliendo años! ¿Eh? Fuiste vos la que “adoptó” a MI HIJA y la que le enseñó a llamarte “mamá”.
SALOMÉ: No tenés derecho a decirnos esto. ¡Nosotros le salvamos la vida a la criatura que VOS ABANDONASTE!
Estefanía estalla y tira al piso el portafolios, muy cerca de Salomé, que grita del susto.
ESTEFANÍA: ¡Pero qué hija de puta que sos! ¡Qué hija de puta que sos! Contás la parte de la historia que te conviene nomás. Acomodás las cosas como se te antoja, para justificar lo que hicieron. ¡Qué manga de hijos de puta, los tres!
Silencio…
SOLEDAD: Pobre Patri.
SALOMÉ: Sí. Pobre Patri.
Silencio largo.
SALOMÉ: (Como teniendo una revelación.) ¡Salomónico!
SOLEDAD: ¿Qué?
SALOMÉ: Salomónico. 10 letras. La saqué inmediatamente. Saben de lo que hablo, ¿no?
Espera a que sus hijas respondan. Ambas la miran sin entender. Salomé considera que eso es un “no” y continúa hablando.
SALOMÉ: ¡Bah! Parece que las hubiera mandado a una escuela pública. ¡No saben nada! “Salomónico” hace referencia al “juicio salomónico”. Dos madres se disputaban un hijo. (Mira a Soledad y ve que, evidentemente, no entendió la explicación.) Dos mujeres, decían que eran la mamá de un mismo bebé. (Vuelve a mirar a Soledad. Ésta, ahora, parece haber entendido.) Entonces el Rey Salomón, sabiamente, propuso cortarlo por la mitad. Y la verdadera madre prefirió renunciar al hijo en vez de cortarlo al medio, es decir: en vez de hacerle un daño al chico. O sea, la madre abnegada, prefiere renunciar al propio derecho por el interés superior del hijo.
Silencio…
SALOMÉ: Yo conozco la historia porque mi mamá me la contaba. La nona. Decía que me puso Salomé en honor a la sabiduría, inteligencia y el don de gentes del Rey Salomón. ¡Cada vez vienen más fáciles los crucigramas de la revista Viva!
Silencio…
ESTEFANÍA: (A Salomé.) Decime una cosa, mamá. Yo sé que esto (Se refiere a su mutua relación.) ya no tiene arreglo. Y te soy sincera, no me importa. Pero te pido una sola cosa… ¡Una sola cosa, mamá! Te pido que me digas la verdad por una vez en la vida. No lo hagas por mí. Hacelo por Patri. Ella va a necesitar ordenar su historia, entenderla… va a necesitar encontrarle una explicación a todo para poder ordenar su cabeza y recuperarse… Así que, te lo pido por ella, no por mí. Decime la verdad: Cuando dijiste que papá mejor hubiera dejado que me maten. ¿Qué quisiste decir?
Silencio…
Salomé la observa como extraviada.
ESTEFANÍA: Mamá, por favor.
Silencio…
Estefanía se ha acercado a su madre y ésta le acaricia el rostro, como si recién ahora la reconociera.
ESTEFANÍA: Necesito saberlo, mamá. Te dejo la chacra. No quiero nada para mí. Pero por una sola vez en la vida, decime la verdad.
SALOMÉ: (Victimizada.) Me rompí la espalda cuidándolos a todos ustedes. A tu padre, planchándole y lavándole las camisas para que vaya a vender licuadoras casa por casa. Lo esperaba todos los viernes, impecable, con la casa brillante, con la comida que le gustaba. (Se quiebra en llanto.) Y en la vida, jamás, ni una sola vez me llevó de vacaciones fuera de la provincia de Buenos Aires, el sorete. A ustedes dos, las crié de la mejor manera, les dimos todo. ¡Todo! Y después a Patri. No le faltó nada. Fue una nena NORMAL, mientras estuvo con nosotros. ¡Jamás una lágrima! ¡Mucho menos esos trastornos mentales que dicen que tiene! ¡Por Dios! ¡Fui impecable! ¡Y mirá! ¡Mirá! Sola, vieja, sin poder moverme por mis propios medios, en un geriátrico… ¡Y CON CÁNCER! ¡Qué cruz!
Silencio…
ESTEFANÍA: Decime la verdad, mamá. ¿Papá fue cómplice? ¿Papá estuvo metido en…?
SALOMÉ: (La interrumpe a los gritos.) ¡Cómplice! Decís “cómplice” como si se tratara de un delincuente. Papá recorrió cielo y tierra pidiendo por vos, rogando por vos, que andabas haciéndote la heroína salvadora de la patria, con Jorge y toda esa turba. ¿Vos te creés que fue fácil para nosotros?
ESTEFANÍA: No. Seguro que no. Pero Patri tenía que estar conmigo… YO soy su madre.
SALOMÉ: Pero, ¿qué querías, Estefanía? ¿Que te mandáramos a la nena a vivir con vos, en un país subdesarrollado, donde vivías como una pordiosera, huyendo de la justicia, sin marido? ¿Pretendías que tu hija viviera en ese ambiente ¡y que a nosotros nos pareciera bien!?
ESTEFANÍA: ¡Pero es mi hija! ¡Al menos podrían habérmela llevado, haber viajado con ella y que nos viéramos! ¡Pero prefirieron hacerle creer que yo había muerto!
SALOMÉ: ¡Pero, vos sabés muy bien, Estefanía! (Parece que le cuesta decirlo.) Sabés muy bien… Sabés que yo no puedo viajar en avión, ¡que me descompongo! Además, el padre había muerto, en ese momento no lo sabíamos, pero lo suponíamos… la madre estaba exiliada. ¡¿Qué diferencia hay?! ¡Hicimos lo mejor que pudimos! ¡Tu padre entregó todo lo que teníamos para que no te mataran! (Se quiebra en llanto.) ¡Y vos nos mandaste a Amnistía Internacional! (Se derrumba y llora en silencio).
Silencio…
ESTEFANÍA: ¿Qué?
Silencio largo.
Estefanía ata cabos, estupefacta.
ESTEFANÍA: ¿Por eso me soltaron? ¿Por eso a mí no me mataron? ¿Ustedes negociaron?
SOLEDAD: Basta, Estefi.
ESTEFANÍA: (A Soledad.) ¿Negociaron? Decime la verdad. Tu hábito no te permite mentir.
Salomé se queda dormida.
SOLEDAD: Sí, hermana. Papi entregó todo para que no te mataran y para que te sacaran del país. Nos quedamos sin nada. Fuimos a vivir a lo de la tía Marce y el tío Alfredo. Después papi ganó la chacra jugando al mus y ahí repuntamos. Durante años criamos chanchos y le alquilábamos dos de los galpones de la chacra al comisario. De eso vivíamos.
ESTEFANÍA: ¿Qué? ¿Al comisario? ¿Para qué?
SOLEDAD: Menos pregunta Dios…
Salomé ronca.
Estefanía reacciona. Va comprendiendo y se va indignando a la vez. Luego de unos segundos, mira todo a su alrededor.
ESTEFANÍA: Me voy…
SOLEDAD: ¿Querés que la despierte para despedirte?
ESTEFANÍA: No. Dejá.
SOLEDAD: ¿Y los papeles de la chacra? (Aparentemente sincera.) Si querés te los firmo. Es evidente que no voy a poder cumplir la voluntad de papi.
Estefanía le da los papeles.
ESTEFANÍA: Dejá. Ya fue. No me interesa. Hagan lo que quieran. (Suspira, mira a su madre y luego a su hermana.) Claramente mi lugar no es ahí… (Mira la escultura con las cenizas del padre, suspira y empieza a irse. Se detiene y mira a su hermana con gravedad.) Chau, Soledad. Que seas feliz. (Empieza a irse y rápidamente regresa y mira a su hermana.) Bah, en realidad, te podés ir bien a la mierda, ¿sabés? Me voy a cuidar de MI hija. Ella me necesita. (Sale.)
Soledad observa cómo su hermana desaparece tras la puerta de entrada, asegurándose que se haya ido. Luego, su ritmo corporal cambia rotundamente. Gira. Parece festejar su victoria. Observa a su madre, que está aparentemente dormida.
SOLEDAD: Ya se fue.
Salomé “despierta” de repente, enérgica.
SALOMÉ: ¿Te dejó los papeles?
SOLEDAD: (Mostrándoselos.) Sí. Salió todo redondo.
SALOMÉ: Menos mal que se fue. Me estaba meando encima. ¿Vamos para la chacra? (Soledad se hace la desentendida.) ¿Vos viste lo que me dijo? ¡Que tu padre se cogía a la vecina de enfrente! ¿De dónde sacó eso?
Soledad no responde.
SALOMÉ: ¿Vos habías escuchado algo?
SOLEDAD: (Miente.) No. No. Nada.
SALOMÉ: Bueno, ¿vamos para la chacra? (Hace ademán para que Soledad la ayude a ponerse de pie. Ésta se hace la desentendida). No aguanto más este olor a meo de viejo. ¡Qué lugar de mierda! Decí que gracias a Dios una no necesita vivir en un lugar así…
Observa la reacción de su hija, que se hace la desentendida.
Tiempo.
En ese momento, y sin ser vista por su madre y hermana, ingresa Estefanía y observa la situación.
SALOMÉ: Y el pito ese de dónde lo sacaste. ¡Qué idea la tuya! ¡No tenés límites, eh!
SOLEDAD: De un sex shop, mamá. El mismo lugar donde compré el hábito. (Se quita con rapidez el velo de monja, dejando ver que en realidad se trata de una calza deportiva.) No podíamos arriesgarnos a que se pusiera melancólica con las cenizas del viejo y le diera por (Burlona.) “reconstruir los lazos familiares”… Y funcionó, ¿viste?
SALOMÉ: Ya lo creo que funcionó. ¡A la perfección! ¡La cara de asco que puso! (Imita a Estefanía, burlona.) Ay, ustedes están de remate, deberían estar en un loquero. (Ríe a carcajadas. A Soledad.) Sos un genio, Soledad. Se fue tan horrorizada que no vuelve más.
SOLEDAD: Eso espero…
SALOMÉ: (Refiriéndose a la escultura.) ¿Lo dejamos ahí?
SOLEDAD: Y… sí, ¿no?
SALOMÉ: Sí. Sí. Dale. Vamos.
Hace ademán para que Soledad la ayude a ponerse de pie. Ésta nuevamente se hace la desentendida.
SOLEDAD: ¿Y qué me decís de los galpones alquilados al comisario?
SALOMÉ: ¡Ohhh! ¡Brillante! Sos una mente maestra. Sos un genio, Soledad.
De repente, Soledad descubre a Estefanía, que las observa desde el marco de la puerta. Luego lo hace Salomé.
Las tres mujeres se miran por unos largos segundos.
Luego giran y miran al público a los ojos.
Apagón final.
Paula
Echalecu es actriz, escritora, docente, gestora,
investigadora y directora de Teatro. Estudió Actuación y Dirección Escénica en
el Instituto Universitario Nacional de las Artes (actual UNA). Magíster en
Teatro por la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Ejerció
el periodismo cultural desde 1993 hasta 2011. Codirectora de Del Borde Teatro,
con sede en Las Flores, prov. de Buenos Aires. En la actualidad, su escritura
se circunscribe a la poesía, narrativa y dramaturgia.
[1] Para citación de este artículo: Echalecu Paula. (2025). El juicio de Salomé. El Peldaño - Cuaderno de Teatrología. Julio-diciembre 2024, n23,pp. 1-16. https://www.ojs.arte.unicen.edu.ar/index.php/elpeldano/article/view/1447
Sección: Dramaturgia. Recepción: 09/10/2024. Aceptación final: 04/11/2024.
[2] Obra seleccionada por la Biblioteca de Dramaturgias de provincias perteneciente al núcleo de investigación Documenta Dramáticas del CID – Centro de Investigaciones Dramáticas de la Facultad de Arte de la UNICEN.